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Cuando Galindo abrió los ojos, después de veinticuatro horas de haber sido ingresado en aquel centro de salud, lo primero que vio fue a aquella señora anciana sentada a su lado.

—¿Dónde estoy?, ¿qué es lo que me ha pasado? Usted es…

—Sí, sí, soy yo, ¿me reconoce? Me llamo Amelia Ruiz del Campo.

—Claro… ¿Y dónde está mi perro?

La señora comenzó a explicarle todo lo que había sucedido y le sugirió que se calmase y no se preocupara, cuando de pronto hizo su entrada en la habitación un doctor acompañado de una enfermera monja.

—¿Es usted familiar de este señor? —preguntó el doctor.

—No, señor, no, pero le conozco muy bien y sé que está solo. Por eso estoy aquí, para hacerle compañía. ¿Me puede decir qué es lo que le sucede?

—Cuando lo reconozca, lo sabré. Ahora, si es tan amable, déjenos solos con él y esta tarde podrá recoger el informe en recepción.

La señora Amelia no quiso regresar aquella tarde, decidió hacerlo al día siguiente, así Galindo podría descansar y recuperar un poco más su estado de ánimo.

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