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Rozaban las once de la mañana cuando la señora Amelia entró de nuevo en aquel recinto del hospital. Galindo dormía y ella con sigilo, sin apenas hacer ruido, se sentó esperando su despertar, junto a la cama.

La puerta de la habitación se abrió bruscamente y una enfermera depositó en la mesita una bandeja con algún alimento y una bebida caliente. Este ruido hizo que Galindo se despertara.

—¿Cómo se encuentra esta mañana? —preguntó la enfermera.

—Creo que mejor, mucho mejor.

—Me alegro. Pues, ande, tómese esto que le sentará muy bien.

—¿Usted aquí de nuevo? —preguntó Galindo al ver sentada a la señora Amelia junto a él.

—Pues sí, ya ve. ¿Le molesto?

—En absoluto, justo lo contrario, me alegra muchísimo verle. Ayer le pregunté por mi Capulino y me dijo que se encontraba muy bien, que no me preocupase, pero después no supe nada más porque usted no regresó para seguir contándome. ¿Sabe dónde está ahora?

—En mi casa, pero no está solo. Hay alguien con él mientras yo estoy aquí con usted, ¿qué le parece?

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