Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

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El censo de residentes no es fijo. Sin saber al principio por qué, había temporadas en las que el número de mujeres aumentaba o disminuía, siempre cinco. Pasaban varios meses en la aldea y después desaparecían, regresando de nuevo al cabo de unas ocho semanas. Sin contarlas a ellas, el resto de los habitantes suma un total de 45 personas.

Pero volviendo a la curandera, jueza o psicóloga, desde el primer momento que la vi me atrajo profundamente, pero a la vez me infundió tal respeto que no me atreví a acercarme al grupo en el que estaba a pesar de que conocía a las tres personas que hablaban con ella. Ese encuentro se produjo en la primera asamblea a la que asistí con voz y voto, después de celebrar mi primer aniversario. Era curioso, porque en una comunidad tan pequeña y a lo largo de aquel año nunca había coincidido con ella.

En aquella reunión vecinal, que me emocionó por ser la primera asamblea a la que asistía como parte integrante de la comunidad, lo que significaba que me habían aceptado plenamente, fue donde la vi por primera vez y despertó extrañamente mi atención. Estaba unas filas delante de mí y no pude dejar de mirarla durante toda la reunión. Veía su perfil y su pelo negro, recogido en una trenza que le caía por la espalda. Era delgada pero musculosa y tenía un tipo que me pareció precioso. Como solía decir una excompañera de trabajo, muy aficionada a las dietas, «de esos que ni sobra ni falta». Mediría 1,65 y no conseguía ponerle edad. Supe después que tenía 48.

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