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A los tres días del episodio del bar, tres días que pasé pensando en ella, Nina, por medio de Lucía, nos invitó a comer en su casa, por lo que estuve todo un día, otra vez, con los duendecillos de mi estómago bastante alterados. Al llegar a su casa, Nina salió a recibirnos con una sonrisa. Yo quería contemplar otra vez sus ojos, pero no me atrevía a mirarla directamente. Pasamos a la salita, donde Lucía preparaba la mesa. En un rincón, al lado de la ventana, una anciana hablaba con Miguel. Nina me tomo suavemente del brazo y me llevó hasta ellos.
—Mi madre quiere conocerte. Ella se llama Yanira.
Saludé a ambos con una sonrisa y Miguel me cedió el asiento a su lado. Nina nos presentó y se fue a la cocina para terminar de preparar la comida.
—¡Hola, Yanira! Tiene un nombre precioso —le dije mientras contemplaba los mismos ojos de Nina en un rostro de unos setenta años (tenía ochenta) con una piel tersa y suave, lo cual disimulaba su verdadera edad. Debía de haber sido muy guapa, pues aún conservaba gran parte de su belleza, la que había heredado Nina, y su misma sonrisa cautivadora.