Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

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—¡Hola! ¿Todo bien? —preguntó mientras me cogía las manos—. Te he visto trabajar tu huerto y jugar con tus perros. Desde esta ventana veo tu casa.

—Sí, yo también la he visto alguna vez sentada en la puerta, pero no sabía que fuese la madre de Nina.

En ese momento Nina se acercó.

—Ya podemos sentarnos a la mesa.

La comida fue muy agradable. Yanira resultó ser una gran conversadora y demostró que la cabeza le funcionaba muy bien. Tenía mucha complicidad con Amanda y su sentido del humor. Noté que, de vez en cuando, me miraba con interés y me animaba a que le contase cosas de mi vida antes de recalar en su aldea. Aquello me hizo relajarme un poco con respecto a Nina, aunque nuestras miradas se habían cruzado en varios momentos de la comida, agitando de nuevo a mis duendecillos.

Después de tomar el café y el té de la sobremesa, Miguel y Amanda se fueron para recoger a su hija, que se había quedado con los hijos de María y Víctor, y Lucía se fue con ellos. Yo también me levanté con la intención de irme, pero Yanira me pidió que me quedase un poco más. Me senté con ella al lado de la ventana, desde la que también se veían la parte alta de los acantilados y el océano, y continuamos charlando mientras Nina recogía la cocina. Cuando se sentó con nosotras, Yanira dijo que iba a echar una pequeña cabezadita. Nina le colocó un cojín en el sillón para que estuviese más cómoda y le tapó las piernas con una manta. Después preparó una infusión, salimos al pequeño jardín delantero y nos sentamos en un banco lleno de cojines al lado de la ventana. Ella se sentó de lado, escrutándome de nuevo con su mirada, y yo, aunque estaba feliz de estar allí, a su lado, sin nadie a nuestro alrededor, volví a sentir el alboroto de mis duendes allá abajo, en mi estómago, e intenté distraerlos conversando.

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