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Nina estaba jugando con Greta y me miró.

—¿De verdad quieres que entre? —No pude esquivar su mirada, pues estaba frente a mí. No me dio opción a responder. Se echó a reír, se acercó, me dio un beso en la cara y dijo—: Será mejor que hoy no. Otro día…

Y tras dedicarme esa sonrisa que me embelesaba y me hacía fantasear con sus labios, me acarició la mejilla y se marchó. Sabía que tras unos pasos iba a volverse y no quería que me viese aún allí, en la puerta, mirándola, pero me había sorprendido tanto que durante varios segundos no pude moverme, lo justo para que, efectivamente, ella se volviese y levantando su mano se despidiese otra vez. Entré en casa intentando descifrar qué había detrás de sus directísimas miradas y su despedida.

«¿Me está provocando?», me pregunté. «¿Realmente está jugando conmigo? ¿Me está incitando a entrar en un intercambio de coqueteos?».

«¡Qué absurdo!», reflexioné a continuación. «¿Cómo va a querer ella seducirme? ¿Por qué iba a provocarme? ¿Provocarme para qué?».

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