Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

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Cuando las vi saliendo del agua no podía dejar de mirarlas. Me hipnotizaron completamente. Parecían dos sirenas emergiendo de las profundidades marinas. Ya he dicho que Lucía era muy atractiva y en bañador tenía un tipo escultural, pero Nina… ¡Dios mío! Nina me pareció una auténtica diosa. Sus movimientos y sus andares emanaban una sensualidad que casi me hace atragantarme con la cerveza que me había dado Elena. Se había soltado el pelo, que le caía mojado sobre los hombros, y caminaba erguida, con un balanceo cadencioso de sus brazos, sus piernas, sus caderas, todo su cuerpo. Y aunque en ella resultaba natural, me pareció que se recreaba en aquella cadencia rítmica mientras, lentamente, se iban acercando a nosotros. No quería mirarla, pero no podía apartar mis ojos de su figura. Cuando llegaron a nuestra altura, hicieron un comentario sobre lo estimulante del baño. Elena les acercó unas toallas. Lucía la cogió y comenzó a secarse, pero Nina puso la suya encima de mis rodillas y me miró. En ese momento creo que entré en un estado de semialelamiento. La miré con embarazo. «Pero ¿qué pretende que haga? ¿Que le seque la espalda?», pensé. Fueron unos segundos, pues sencillamente lo que pretendía era que tuviese la toalla mientras ella se retorcía los cabellos para escurrir el agua. Después, con la mayor naturalidad, volvió a cogerla y empezó a secarse el pelo frente a mí, sin dejar de mirarme. Se dio cuenta perfectamente de mi lamentable estado. La verdad es que no sabía si meterme detrás de las piedras, convertirme en otra caracola o echar a volar con las gaviotas. Consiguió que me sintiese idiota. La miré, pero no pude sostener su mirada. Intenté dirigir mi vista hacia el océano, pero mis ojos se negaban a dejar de admirarla. Allí, frente a mí, su precioso rostro, sus enigmáticos ojos, su esbelto cuerpo embutido en un bañador que dejaba adivinar unos pechos firmes, cuyos pezones, por la frialdad del agua, se mostraban igual de firmes y voluptuosos bajo la tela… Después comenzó a secarse las piernas, unas bonitas, fibrosas y largas piernas. Por un momento, me dio la impresión de que se secaba a cámara lenta. Aquel espectáculo, aunque era arrebatador, me estaba matando. Cada vez que levantaba la vista hacia su cara me encontraba de nuevo con su mirada y una sonrisa guasona, todo ello sin dejar de hablar con Elena y Miguel, que no se dieron cuenta del jueguecito, esta vez lo vi muy claro, que Nina se traía conmigo ni del estado de turbación en el que yo me encontraba.

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