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—¿Te gustan las caracolas? —preguntó Nina, que se había puesto a mi lado.

—Sí, me gustan mucho —respondí evitando mirarla—. Sé que es un poco infantil para mi edad, pero me encantan. Es como llevarme el mar y sus misterios a casa.

—¿Te preocupa tu edad?

—No… Bueno, sí… Bueno, no demasiado… ¿Por qué lo preguntas?

—Porque apenas hemos hablado hoy y ya has hecho alusión a la edad dos veces.

—¿Ah, sí? Pues no me he dado cuenta. De todas formas, es que tengo edad —le contesté con una sonrisa mientras pensaba: «Ya me gustaría tener en este momento unos cuantos años menos y ya verías…».

—¿Y crees que tu edad es un obstáculo?

No me digan que no era como para pensar que la jodía hubiese oído también mi pensamiento.

—¿Obstáculo para qué?

—No sé, tú sabrás. Quizás para hacer realidad algún deseo… ¿Deseas algo en este momento de tu vida?

Mientras me hacía la última pregunta, se había colocado frente a mí. Me puso en la mano una caracola que había recogido de la arena y me obsequió con un gesto divertido y una sonrisa entre pícara y retadora, esperando mi respuesta. Empecé a sentir otra vez los duendes en el estómago. Sin embargo, me gustaba su juego y por unos segundos me olvidé del rollo de la edad y entré de lleno en aquel incitante desafío.

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