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—¿Y qué crees tú que puedo desear en este momento? —respondí mirándola también con una sonrisa irónica, aunque desviando rápidamente mis ojos de los suyos.

—Ya veo que intentas escabullirte. No me puedes responder devolviéndome la pregunta, porque he sido yo quien ha preguntado primero. ¿O no quieres arriesgarte en tu respuesta?

Yo seguí en «plan gallego».

—¿Tú crees que puedo correr algún riesgo si te respondo?

—No lo sé… Depende de lo que desees, porque todos los deseos entrañan algún tipo de riesgo, aunque a veces el riesgo implica sencillamente superar los miedos. ¿Es tu caso? —Seguía frente a mí. Nos habíamos para-do o, mejor dicho, ella me impedía seguir avanzando mientras el resto del grupo se alejaba en dirección al final de la ensenada. Entonces se acercó un poco más, tomó mi barbilla con su mano y, elevándola suavemente hasta conseguir que la mirase, entró de nuevo con sus ojos en mi trastienda emocional y me preguntó muy despacio—: ¿Qué es exactamente lo que deseas y lo que temes? Quizás, si tú me lo dices, yo podría responderte si corres algún riesgo.

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