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—Tu madre es muy agradable y muy guapa. Te pareces mucho a ella.
—Entonces… ¿te parezco muy agradable y muy guapa? —preguntó mirándome con una sonrisa burlona.
Me eché a reír, pero preferí no responder, más que nada para no seguir por unos derroteros que no me ofrecían ninguna seguridad, y cambié de tercio.
—¿Ella ha sido también curandera y mediadora como tú?
—Todo lo que sé sobre las plantas y los árboles lo aprendí de ella y de mi abuela. Pero ¿por qué sabes que soy curandera? ¿Y qué es eso otro que has dicho? ¿Mediadora?
—Bueno, pregunté por ti a Elena y ella me dijo que eras la curandera, la mediadora.
—¡Ah! Preguntaste por mí… ¿Cuándo?
—El día de la asamblea.
—Pero ese día no hablamos, aún no nos habían presentado.
—Sí, pero te había visto y, como no te conocía a pesar de llevar ya un año por aquí, me intrigó un poco y sentí curiosidad por saber quién eras.
—¡Ah, ya! ¿Y has satisfecho tu curiosidad?
Tras esta última pregunta volvió a mirarme de aquella manera y con una sonrisa mitad socarrona, mitad incitadora, por lo que opté por llevar mi mirada a cualquier otro punto y tampoco respondí. Intentaba cambiar otra vez de tercio, pero no conseguía que me viniese ninguna idea aceptable para comenzar otra conversación. Nina se dio cuenta de mi nerviosismo y debí de darle penita pena, porque fue ella la que rompió la tensión.