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La penumbra de la cuadra apenas se vio alterada cuando el portón se abrió de repente. Leandro se quedó mirando la pequeña figura que apareció bajo el umbral envuelta en la tenue luz que anunciaba el alba. Llevaba un caldero humeante en la mano. El burro aprovechó la coyuntura para darle a Leandro otro jugoso lametón.
“-Ya veo que te has aseao”- dijo Servando tras una risotada- “¡Pues a trabajar, caquí no vas a estar a cuerpo rey como en la inclusa.”
Los cerdos gruñeron ansiosos cuando Servando volcó el cubo de ortigas y patatas cocidas en la gamella. Un rugido imparable surgió entonces de las tripas vacías de Leandro cuando olió lo que consideró “el mejor aroma que había llegado a sus narices”.
“¡Mu pedigüeño estás tú dende el primer día!”- Opinó Servando acercándose a Leandro y dándole una colleja.
—“Primero la obligación y luego la devoción. ¡Atiende el ganao!- Le ordenó. Luego se marchó como solía hacerlo, sin dejar huellas en el suelo pero si marcas indelebles y profundas en los esqueletos.