Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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El hombre se mostraba muy educado y su estupendo acento refinado llamaba más la atención de las damas presentes. Su porte era inglés y, como si se tratara de un felino, cada cierto tiempo se pasaba la lengua por el bigotito exiguo y bien recortado, prosiguiendo con los dedos el peinado ceremonial de este.

–Muy lindo su cumplido, señor...

–Fernando Pérez de Arce –se adelantó–. Gerente de producción de IEC.

–Un verdadero gusto, señor Pérez... de Arce, supongo, ¿no? –preguntó algo irónica.

–De todas maneras, señorita Peñablanca, no soy un Pérez cualquiera –contestó con vanidad. Luego, con una mirada penetrante, que la llegó a poner nerviosa, prosiguió–: este Paul Könnig es un verdadero afortunado al tener una ejecutiva como usted.

–Solo hago lo que debo hacer y siempre he pretendido ser yo misma, tanto en mi actuar, en mi vestuario, en fin. Todas esas cosas que nos preocupan tanto a nosotras las mujeres. Usted debe apreciarlo en su... perdón, ¿es usted casado?

–Divorciado –dijo él–, hace cinco años. Pero entiendo lo que usted quiere decir.

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