Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Pasó frente a otros prostíbulos de mala muerte y dio vueltas al recodo de la calle. De verdad ahora estaba excitada, pero de miedo y pavor; la callejuela era ciega. Se afirmó de un poste y descansó un poco. Su corazón ya no latía, brincaba, mientras los pies le punzaban, adoloridos por el esfuerzo. Respiraba agitadamente. Trató de calmarse. Pensó que ella era la única culpable, no sabía de dónde le habían venido esas ganas de ser puta por un minuto y no había medido las consecuencias. Su afán no era irse a acostar con un hombre, sino saber lo que se sentía estar allí ofreciéndose al mejor postor. Poco había durado la experiencia. De pronto sintió rabia por haber sido tan tonta. Golpeó repetidamente el puño contra las tablas que encerraban un sitio de estacionamientos y se puso los zapatos. Cimbreó el cuerpo para bajar y dejar en regla su vestido e hizo el intento de pensar en algo que la sacase del problema. Comenzó a retroceder cuidadosa y atentamente, por si su agresor aparecía.

En el intertanto, de los lenocinios circundantes habían comenzado a salir algunas prostitutas, alertadas por los gritos enfurecidos del agresor que, al verse rodeado, no tuvo más remedio que alejarse con la cola entre las piernas. El cuchicheo y las miradas interrogantes, hicieron que Lorena nuevamente sintiera temor. Cruzó los brazos sobre el pecho y decidió enfrentarlas. Ninguna le dirigía la palabra, solo la miraban, algunas con desprecio, otras con curiosidad. Sin embargo, desde el umbral de un cité, una mujer joven tomó la iniciativa y se dirigió hacia ella. Lorena ideó alguna forma de defensa y calculó sus pasos. Tenía un extraño andar, parecía no tener costumbre de usar tacos y la minifalda que llevaba puesta era tan apretada que le hacía parecer un verdadero paquete mal armado. No obstante, al trasluz de los sucios faroles parecía poseer un cierto grado de hermosura.

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