Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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–Y no me digas que se llama Rodrigo –inquirió, arrogante.

La chica se retiró los lentes y contestó con tono sentimental:

–¡Justamente! Y lo que parece aún más paradójico... es militar.

–¿Y cómo es eso? Aparentemente, tú no puedes ver a los militares.

Jaco abrió el bolso artesa y tras buscar en su interior, sacó de él un pedazo de papel higiénico. Ramiro, que se había dado cuenta de que se había emocionado, se levantó como un resorte y extrajo desde su bolsillo trasero, un sedoso y limpio pañuelo blanco.

–¡Toma! ¡Ten!

Ella lo agradeció con una sonrisa.

–Yo nunca uso, pero parece que ahora fue necesario –se justificó.

Eran unos ojos maravillosos, los que pese al dolor que demostraban, parecían fulgurar como cometas en una noche oscura. Se agachó frente a ella y no emitió palabra.

–¡Soy una tonta! No debí haberme quebrado así –dijo, mientras su tic aumentaba.

–A lo mejor lo necesitabas. Uno nunca sabe cuándo el corazón va a explotar.

–Es que... es una historia muy larga. Cuando se lanza una piedra, uno debe fijarse bien cómo está su propio techo. Si es de vidrio lo quebrarás, y si es de acero te rebotará. En ambas, te caerá a ti mismo –filosofó en forma rimbombante. Luego continuó–: De tanto odiarlos, me salí enamorando de uno de ellos.

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