Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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–A fin de cuentas, estos mafiosos querían que yo aceptara tener relaciones sexuales con ellos. Me decían que, por su ascendiente, me habían otorgado un dormitorio digno. ¡Me puse a llorar! ¡No sabía qué hacer! Pasó un momento, largo para mí, y en el umbral de la puerta apareció un muchacho joven y buenmozo. Los otros dos se enderezaron, y aunque el saludo entre ellos estaba prohibido frente a las reclusas, su cabeza cuadrada los traicionó. Se cuadraron y salieron de la pieza, no sin que antes el más viejo me mirara y me hiciera una mueca, la que yo traduje como guardar silencio.

–¿Y lo hiciste?

–¡No! Estaba dispuesta a todo. Si Dios me había ayudado hasta ahí, de seguro no me desampararía en el último momento. Me levanté presurosa y me abracé al desconocido, como si hubiera sido mi hermano. Él, confundido, solo atinó a pedirme que me calmara. ¡Tranquila!, me repetía. Luego me comunicó que, al otro día, me podría ir sin miedo y definitivamente a mi casa. Fue mi gran apoyo en ese momento, era el único que actuaba a rostro descubierto o limpio. El día domingo en la tarde, efectivamente, me encontraba de vuelta en mi hogar.

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