Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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–¿Cambiémonos de lado? –propuso Jacqueline.

De un brinco, ambos estuvieron instalados en el ventanal contrario, desde donde se podía admirar la majestuosidad de las quebradas entre los cerros. Posteriormente, hubo un silencio que no duró demasiado.

–Perdóname, amigo, pero voy a finalizar lo que empecé –dijo, un tanto repuesta.

–No quiero que te vuelvas a sentir mal. Si quieres cambiamos de tema.

–¡No! –exclamó rotundamente. Acomodó el codo sobre la ventana y prosiguió–: En aquel infierno, la única que logró escapar sin un rasguño fui yo. Además de la Patty, cayeron abatidas la Josefa y la Mirna, mientras que dos lolitas, que habían venido a acompañar a la Jose, quedaron heridas.

Hizo un descanso y lo miró fijamente:

–Ahí estuvo mi desgracia. Me llevaron detenida a una casa de seguridad en Copiapó y me torturaron, más que física, psicológicamente. ¿Logras captar lo que digo?

–Gracias a Dios no lo he sufrido, pero debe ser terrible.

–Así es. Por ejemplo… cuando intentaba dormir, me ponían un tocacintas con ruidos extraños y la voz de mis viejos, pidiéndome a gritos que por favor hablara... ¿Y de qué iba a hablar? ¿De la cantidad de pintura que usábamos en las paredes? O... ¿de las cuadras que recorríamos para botar propaganda? Yo no sabía nada. Me tuvieron secuestrada tres semanas. ¡Nunca perdí la cuenta! El penúltimo día, después de que se dieron cuenta que no obtendrían nada, me soltaron las amarras y me dejaron salir al patio. Otras mujeres, demacradas y como idas, daban vueltas y vueltas alrededor de una vieja fuente. No nos dejaban conversar, y para ir al baño teníamos horarios. La que no cumplía con él, la emparrillaban. –Calló un instante y preguntó–: ¿Conoces el término?

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