Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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En ese momento, se escuchó una vocecita.

–¡Hola, pa… pá!

Cristián había tomado el auricular y sin esperar una respuesta coordinada, prosiguió entusiasmado, contándole en su media lengua todo lo que harían en la arena.

–¡Por supuesto, mi amor! Me alegro mucho de que bajes a jugar y no te alejes de mamá.

–¡Muah, muah, muah!

Ramiro imaginó cómo Cristián se llevaba repetidamente la mano a la boca y se despedía en forma efusiva.

A las tres de la tarde, Ramiro apareció por la oficina. Ese día había viajado a Santiago junto al gerente general, para supervisar y solucionar algunos problemas de las nuevas instalaciones que recién estaban funcionando. Venía cansado, pero contento por los resultados de la visita. Entró al despacho y se desplomó sobre el sillón giratorio, cerró los ojos y aspiró profundamente. Recién allí, se dio cuenta de que en aquel piso todo olía perfecto. El desorden que acostumbraba a tener por indicaciones propias, había desaparecido. Claramente, en su ausencia, Corina había ordenado y limpiado. Cada rincón estaba pulcro y desodorizado y su escritorio sin un solo papel fuera de lugar. En principio, no lo aprobó, él entendía perfectamente su desorden y el hecho de que los papeles y archivadores en algunas oportunidades no le permitieran ni siquiera ver a su alrededor, no le preocupaba. Se enderezó y se despojó del vestón y la corbata, volvió a echarse hacia atrás y aspiró –ahora con deleite– el magnífico aroma de su oficina. Le comenzaba a gustar, quizá porque hacía mucho tiempo que no la sentía así, o simplemente... ¿estaría madurando?

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