Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Ella asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta. El hombre, que no en vano se caracterizaba por ser un buen observador, la alcanzó y le confidenció de manera suspicaz:

-–¡Tienes un par de piernas fabulosas! Pero no quiero que otros las vean. Así que… arréglate la falda, que la tienes subida.

Corina giró el dorso y bajó la vista hacia sus pantorrillas, luego volvió el rostro sonrojado y haciendo una pequeña morisqueta, se la bajó.

–Cualquiera que me viera saliendo así de su oficina podría pensar quizá qué cosa –opinó. Luego, agregó, un tanto avergonzada–: ¡Perdóneme, señor Torres!

–¡No puedes pensar así, Corina! –le reprochó, golpeando sus piernas con las palmas–. Sé que puede ser difícil para ti aceptarlo, pero nadie vive por lo que piensa o diga la gente.

Hizo una pausa y reaccionó:

–¡Ah! Y, por favor, no me trates de esa manera tan cursi. ¿Por qué ahora, si antes no? –inquirió, refiriéndose al tiempo cuando ambos se habían iniciado en la empresa–. Tu respeto lo he tenido siempre y creo que no por tutearme eso cambiará. No te permito que me hagas sentir viejo. ¿Estamos de acuerdo?

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