Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Ya en la cena, Ramiro solicitó sentarse en cualquier parte, no a la cabecera como le tenían dispuesto, provocando con ello más de un comentario suspicaz.

–Usted es una excelente persona, don Ramiro, pero como ejecutivo no debe rebajarse –lo carboneaba el viejo Bartolomé.

–Tranquilo, don Bartolo, esta es una comida de amigos y no de la empresa –le recordó, sacando aplausos.

–Sí, pero igual –insistió otro–. La posición no se debe olvidar nunca.

–Pierda cuidado, Carlos, no la he olvidado –recalcó–. Es más, por lo mismo es que estoy eligiendo cambiar de lugar.

–Bueno –interrumpió Joaquín–. Si don Ramiro se queda en otro lugar, tendré que sacrificarme poh. Total, pa´ eso yo soy el que pago.

Mientras con sonoros aplausos, gritos y fanfarria de cubiertos se celebraba la primera alocución de Joaquín, todos comenzaron a sentarse en torno a la mesa. Ramiro nunca se había acostumbrado a los platos finos, aun cuando a veces –por el Manual de Carreño o por simple urbanidad– los aceptaba. Estimaba que ellos solo engañaban a la vista y no alimentaban lo suficiente. Como su plato favorito era el lomo a lo pobre, esta vez no tuvo mucho que pensar. En cuanto al acompañamiento líquido, prefería un buen vino cabernet sauvignon o un merlot con tradición, pero sabía que en esta ocasión tendría que aceptar cualquier tinto. Como postre, le fascinaban las papayas al jugo con helado de lúcuma y, por último, un bajativo dulce con poco licor. Su opinión filosófica era que cualquier evento se disfrutaba mucho mejor sin emborracharse, ya que así uno podía tener el control total de la situación y, por supuesto, también, ver como entregaban material del bueno los borrachos, cómo el whisky transformaba a los gerentes en verdaderos ases de la conquista –lachos– y como algunas esposas de estos caballeros se soltaban y bailaban con total desenfado sobre las mesas, sin dejar de lado a aquellos que mutuamente se ponían a cobrarse sentimientos cochinos y añejos. Por último, en el trayecto hacia la casa uno no rifaba la vida en un manejo descuidado.

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