Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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–Gracias, señor, pero no tengo hambre. Me gustaría conocer el dormitorio para dejar mis cosas y luego acostarme a dormir. Me siento un poco agotada.

–Como tú quieras –contestó pausadamente. Enseguida, se agachó para ayudarle con el bolso y continuó, imperativo–: Ven, sígueme.

La muchacha, radiante de felicidad, salió detrás de él.

–Gracias, caballero, por darme este trabajo. Siempre se lo agradeceré.

Él no entendía a qué se debía tanta alegría, y en ese momento solo atinó a observarla.

–Espero que te sientas cómoda en este cuarto. Tienes tu cama, velador, el clóset bastante amplio y mañana te instalaremos un televisor. –Se retiró hasta la puerta y le recordó el horario de levantada–. Si estás dormida cuando llegue mi mujer, no te aflijas, las presentaré mañana, ¿ okey?

Eran cerca de las once de la noche cuando la puerta del departamento se abrió y bajo el dintel apareció la figura de su mujer. Estaba extenuada, desencajada por el esfuerzo y el trabajo del día. En el hombro colgaba su gran cartera –maleta, según la opinión de algunos–, y contra el pecho traía atrapados, apenas, un par de archivadores y varios otros documentos que ya escapaban de su abrazo. Había bajado un par de kilos desde que entró a trabajar, pero ello no influía en su belleza, su cuerpo seguía siendo igual al de la muchacha que él había conocido, incluso su esmerada dedicación para verse cada día mejor destacaba en ella algunas cualidades físicas que no dejaban de asombrarlo.

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