Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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–¡Pero, mi amor! ¿Por qué no me avisaste que venías subiendo? –la recriminó, apurando el tranco para ayudarle.
–Realmente no se me ocurrió, amor, pensé que ibas a estar acostado; ya es tarde.
Ramiro tomó como pudo los archivos y se besaron tiernamente, tal cual era su costumbre. No habían perdido ese contacto íntimo y cariñoso.
–¡No, mi amor! –prosiguió–. Te esperé en pie para poder ver tu cara cuando degustes una exquisita sopa de mariscos que preparé exclusivamente para ti.
–Seguro que la tomaré –dijo–, primero déjame descargar todas estas cosas y luego me acercaré a la cocina.
Lorena entró al dormitorio y dejó caer todo amontonado en un rincón, se sacó los zapatos, el pantalón y la blusa, quedando solamente con la ropa interior negra y los pies desnudos. Así se sentía cómoda y la ayudaba a relajarse. Era verdad, pues hasta su rostro había cambiado, estaba más rosada, con más ganas, y su actuar también denotaba alegría. Se sentaron en la pequeña pero adornada mesa ubicada en la cocina, donde Lorena se acomodó terapéuticamente sobre una de sus piernas, es decir la izquierda recogida sobre la silla por debajo de las nalgas, y compartieron el apetitoso caldo.