Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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Paulo le hizo una seña para que lo siguiera y, abrazándolo por los hombros, lo hizo alejarse un par de metros. Verónica, cruzada de brazos, miraba con desprecio a Ana María. Esta, cabizbaja, se entretenía haciendo montículos de tierra con los pies.
–Mira, Ramiro, tú sabes perfectamente la amistad que nos une, pero...
Ramiro quitó bruscamente el brazo que se posaba en sus hombros y le espetó sin remilgos.
–Dime todo lo que tengas que decirme, sin rodeos ni cuestiones raras.
Paulo bajó la vista y emitió un murmullo.
–¡Nos devolvemos! Verónica no puede aceptar esta situación.
–¡Ah! Conque eso era, ¿no? ¿Y no fuiste capaz de decírmelo antes de salir, aguafiestas? ¿Tenías que esperar a tener todo instalado?
–Es que... la Vero, tú sabís como es, poh.
–No me hablís de esa mojigata, güeón –dijo, enfurecido. Luego agregó–: Y vó, está bueno que aprendái a llevar los pantalones y tomí tus propias decisiones. ¡No seái mangoneao!
–¡Claro! Pa´ ti es fácil decirlo, poh. Si supieras los escandalitos que se manda.