Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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Paulo y Verónica no emitieron ni la más débil señal de estar vivos, transformándose la vuelta a casa, para ellos, en una verdadera batalla campal de callados sentimientos y prejuicios. Ramiro hacía sentir más su voz abaritonada, sin medir lo que ella produjera en sus pasajeros; quizá estaba deseando que uno de los dos explotara. Al llegar al domicilio de los Lira, subió el coche a la vereda y frenó bruscamente.
–¡Llegamos, señores! –gritó–. Espero que vuestro viaje haya sido cómodo y ameno.
–No es nada gracioso lo que dices, ello solo demuestra tu rotería –le enrostró Verónica.
Ramiro se asió de la manilla e intentó salir. Las manos de Ana María lo tomaron del brazo y lo instaron a no perder la compostura.
–No te aflijas, solo bajaré a abrirles el maletero. Te prometo no decir una palabra.
–Así lo espero –dijo ella–. No me gustaría que terminaran peleados por mi culpa.
Y, aunque le costó, cumplió su promesa. Después que hubieron descargado, cerró con llave el baúl, sin decir una palabra, se subió al coche y echó a andar hacia el plan. Atrás solo quedaba Paulo, quien levantó tímidamente la mano en señal de despedida.