Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Sabía con certeza que Verónica no se había molestado porque no estuvieran Lorena ni el niño; su molestia principal radicaba en que él no había ido solo. Siempre había pensado –modestia aparte–, que lo odiaba porque nunca le había hecho ojitos. Era una mujer madura, fea de cara para su gusto, pero con unas medidas corporales muy atractivas, las que aprovechaba de destacar con una forma de vestir juvenil. De todas maneras, por ningún motivo correría el riesgo de que llegara donde Lorena a cuentearle y lo dejara mal parado, empeorando con ello aún más la relación con su esposa. Sería él mismo quien le explicaría lo acontecido, así también Ana María estaría mucho más tranquila.

El largo rato sentado en la taza del wáter, con un estreñimiento poco característico en él, le alcanzó también para pensar en la hermosa velada pasada con la muchacha. Sonrió ante los recuerdos y encendió un cigarrillo, para luego levantarse, lavarse los dientes y acostarse a dormir pesadamente. El teléfono sonó en repetidas ocasiones; sin embargo, no hubo quien contestara.

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