Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Todo ello le provocó una especie de vergüenza ajena, aun cuando se divertía viendo tanto pecador acorralado. Sabía, eso sí, que esa no era la tónica general de los cristianos, eran pocos los diablillos, dentro de los que también se contaba, pero existían igual que en todas partes.

Las conclusiones a las que llegó luego de terminada la ceremonia fueron que los movimientos de cada uno de los miembros de la pareja podían ser determinados de antemano. Que las cosas no se iban dando de acuerdo a las circunstancias, tal cual como se lo había imaginado él y como sucede con el resto de la gente. La falta de una comunicación real, que se hacía parecer como tal a través de la entrega de ciertas cosas que a veces no eran tan necesarias, la poca honestidad para reconocer los propios errores y el callar cuestiones que parecen no ser de importancia para la otra persona, cada día iban minando la verdadera entrega conyugal. No era la primera vez que escuchaba un sermón parecido, pero siempre había tenido el hábito de acomodarlos a su antojo. A pesar que nunca se sintió culpable, tampoco le achacaba la responsabilidad a otra persona. Lo único que reconocía –y solo porque era una afición que se la conocía mucha gente– era su infidelidad e irresponsabilidad en sus correrías sentimentales. Pero esta vez, llevando de la mano a su hijo –su fiel compañero–, se fue caminando hasta su hogar con algunos signos de arrepentimiento. En cierto modo se dio cuenta de que solo la voluntad individual y absoluta de la persona era capaz de revertir cualquier situación, por muy difícil que ella fuera. Pensó que Dios nos había dotado de una inteligencia tan grande, que era una pena no usarla en beneficio propio y en el de los demás, más aún si esto podía ayudar a mejorar la calidad de vida y la relación de pareja. Caviló en las tantas veces que se había hecho propósitos y no los había cumplido y que ahora parecía ser lo mismo. En cuántas oportunidades se había puesto serio y se había dicho: ¡ basta de mujeres!, ¡ basta de fumar!, y nunca había cumplido a cabalidad, o solo cumplía a medias por un par de días, prosiguiendo luego con el mismo ritmo anterior, o peor.

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