Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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–¡Te quiero! –le dijo en un susurro. Luego con las manos remeció levemente sus mandíbulas–. Eres joven y bella, pero no me podrás ganar al fútbol.
Ana María sonrió coqueta. Sintieron los pasos de Cristián en el pasillo. El niño venía hacia ellos con la pelota de fútbol entre los brazos. Los tres se miraron y tomaron rumbo al ascensor. Ana y Ramiro respiraban tranquilos, sabiendo que se habían dicho mucho sin decir nada.
Esa tarde de playa fue fantástica. El equipo compuesto por Cristián y Ana María había puesto en jaque el buen juego del experimentado Ramiro, obligándolo a entregar el máximo de esfuerzo y dejar todo en la cancha para poder ganarles por cinco goles a cuatro. No obstante, tuvo que aceptar la humillación de ser agredido físicamente por sus contendores, cuando decidieron subirse en masa al montoncito, del cual solo pudo zafarse a costa de muchas cosquillas y rezongos. Claro está que el desquite fue bastante frío, pues del chapuzón de agua helada nadie se libró; hubo carreras, pataleos, gritos, solicitudes de clemencia, pero el castigo cayó igual. Empapados, los dos adultos decidieron tirarse sobre la arena para secarse, mientras Cristián, incansable, comenzaba la extenuante labor de construir un castillo, con un canal de cocodrilos incluido. Luego de convencerlo de que sería un poco largo el proceso, se limitó a construcciones menores. Un puente sobre un canal que debía mantenerse permanentemente con agua, fue el objetivo. Al final de tanta carrera hacia la orilla para acarrear el líquido, todos terminaron exhaustos y con no poca hambre, por lo que decidieron ir a tomar once. Ana María, quien a esa altura ya manejaba muy bien los asuntos de cocina y siendo una aventajada estudiante en la repostería, se ofreció para hacer panqueques, que luego fueron rellenados con mermelada algunos y otros con manjar, tarea a la cual debieron sumarse los dos hombres.