Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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La muchacha alargó los brazos y tomó cuidadosamente al desarrapado peluche.
–Es un recuerdo que he guardado desde niña, señor. Me lo regaló mi madre antes de partir.
Le pasó la mano por el lomo y posteriormente le acomodó la cola.
–Está un poco viejo y deteriorado, pero... los perros me encantan.
–¿Y este otro de acá?
–Ese es un conejo, y me lo regaló la señora Sara, cuando aún no se aburría de mí –agregó sin pena.
–Y los osos... ¿te gustan?
–¡Todos los peluches me encantan! –saltó la chica. Luego acotó–: Ellos me ayudan a no pensar que estoy sola.
–¿Sola? ¿De verdad te sientes sola?
–Realmente es en una forma... A ver cómo le digo. O sea... no de soledad física. Es una soledad... no sé; mental, podría ser. No sé cómo explicarme.
Ramiro se acercó y la observó detenidamente. Ella bajó la vista e intentó moverse de donde estaba.
A los ojos experimentados de aquel mujeriego, ella era una joven mujer deseable para cualquier hombre. Pese a ello, no sabía por qué tenía cierto temor de acercarse y tomarla entre sus brazos. Intuía que Any lo deseaba tanto como él a ella. Se había percatado de sus miradas y de sus muestras de interés hacia él. Pero sumando y restando, lo maravilloso de todo era sencillamente eso. El poseerla quizá ayudaría a hundirse más en sus problemas de infidelidad, y además el esquema de vida de la muchacha solo le acarrearía problemas. Sin embargo, en ese momento estaba al borde de sucumbir en un mar de deseo. Ese cuerpo se le estaba entregando en bandeja de plata. La abrazó y sintió cómo sus latidos se confundían con los de ella. Asimismo, pudo palpar la lozanía de esa piel fresca y joven y escuchar el respirar agitado junto a su oreja.