Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Terminó el canturreo y Cristián se retiró a la escuela dominical de la mano de la tía Rebeca. Ramiro entonces enfocó toda su atención en la prédica del presbítero Glenn Dotson. La pérdida de los valores cristianos y la falta de comunicación en la pareja fueron el punto de apoyo de su sermón. Atacó duramente la omisión y trasgresión de los Diez Mandamientos y condenó la ruptura del sagrado vínculo del matrimonio. La hermana María de la Luz, que otras veces no dejaba de clavarle sus pequeños ojos de lince y de coquetearle cada vez que podía, hoy se encontraba en lo más profundo y oscuro de sus propios principios trasgredidos. Ni siquiera había levantado una ceja. En el otro extremo, el diácono Barburiza se rascaba seguidamente la barba y de reojo observaba las reacciones de la venerada hermana Priscila, esposa del director del coro, con la cual mantenía relaciones hacía un tiempo. Para qué hablar de la tía Glenda, quien ni pisaba el suelo, y a la que, sin embargo, el mismo tesorero del concilio, que era su cuñado, la había pillado haciéndole una felación al gringo Ortega, misionero de origen nicaragüense, mientras que por allá atrás, casi escondido detrás de la mampara, dormitaba don Eusebio, su esposo, con el grueso mentón apoyado en el pecho y las manos entrecruzadas sobre la henchida barriga.

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