Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Señor, me has mirado a los ojos,

Sonriendo, has dicho mi nombre.

En la arena he dejado mi barca,

Junto a ti, buscaré otro mar.

Hermosa canción que hablaba muy bien de la capacidad creadora de su compositor: profundidad de sentimiento, sobrada pasión de espíritu, divina inspiración y abundancia de energía; la misma que era transmitida a través de sus entusiastas intérpretes.

Se acomodaron poco más atrás de la mitad del templo, el cual estaba prácticamente lleno y Cristián, aprovechando que la congregación estaba de pie, se encaramó sobre la banca que les antecedía, y se apoyó en el respaldo. Se movía de un lado a otro, cantando en un tono parejo y armónico, pero subiendo la voz y alargando cada final de línea, mientras se hacía acompañar por un palmoteo sin ritmo. Realmente lo disfrutaba. No tan solo su progenitor lo observaba y gozaba con verlo feliz, también lo hacían las damas que le habían cedido un espacio y algunas pequeñas de cabellos rizados y vestimentas domingueras, que poco a poco comenzaban a congregarse alrededor del pasillo, admirándolo boquiabiertas. El pelo negro que le caía en forma de delgados rizos sobre el cuello por el efecto de tener el pelo largo, y la carita llena y cachetes rosados, le daban un aire endiabladamente coqueto. Es igual de pícaro que su padre, le habían dicho en más de alguna oportunidad.

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