Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Cruzaron varios pasajes particulares, que se distinguían de los públicos por estar con una cadena a la entrada, y saludaron a cuanto hermano les tocara la bocina. El andar lento de Cristián hacía que el tiempo pasara rápidamente, sin que ellos avanzaran mucho en el espacio. A Ramiro no le importaba. Cada vez que su hijo se quedaba embelesado mirando un pájaro o un perro que le moviera la cola, él se agachaba y lo acorralaba con los brazos, dándole seguridad.

Dejó vagar la mente hasta que en la garganta sintió un leve sabor salado. Miró tiernamente a su hijo, con ese amor que nace solamente de un corazón de hombre fuerte y duro, pero a la vez sentimental, y se encuclilló para estrecharlo contra su pecho; luego, volvió a cargarlo sobre los hombros –ejercicio predilecto de Cristián. Brincando sobre el césped de los jardines exteriores de las casas, se dirigieron a su hogar bajo la atenta mirada de la gente que los veía felices. Deben ser seres extraños, pensarían muchos.

Ya de vuelta en el hogar, ambos hombres fueron recibidos estupendamente. Ana María había preparado tomate relleno con atún, en fondo de lechuga y un deleitoso pollo asado al horno con puré. En esos días en que Lorena no estaba, las sopas y caldos poco o nada se veían, ya que el dueño de casa circunstancial, no era muy amigo de ellos. Rodearon la mesa de la cocina y dieron gracias a Dios por el alimento.

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