Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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Después de almorzar, padre e hijo se dirigieron hacia el dormitorio del primero.

–Any, tú bajas con nosotros a la playa después de la siesta –le dijo Ramiro antes de iniciar una nueva jornada de bulla, risa y cosquillas con su hijo, como si quisiera borrar ese entusiasmo que la joven no pudo reprimir al escuchar lo que había sido una orden.

El juego favorito del niño era la lucha, por lo que, tirados en la cama, momentáneamente se olvidó del sueño y el cansancio. Unas directas cosquillas alrededor de la panza eran el suplicio más agradable del mundo, secundariamente también en los pies y en el cuello. Los revolcones, como parte integral del juego, varias veces terminaron en el suelo, arrastrando cubrecamas, almohadas, frazadas y más de una vez la lámpara. Al cabo de una incesante media hora de lucha, los ojos del niño no aguantaron el ritmo y se cerraron de sueño. Ramiro lo tomó cuidadosamente y lo hizo reposar en su pecho.

La puerta del dormitorio quedó entreabierta, por lo que Ana María pudo contemplar aquella maravillosa escena. Los observó y no pudo menos que sonreír camino a su propio dormitorio.

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