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Un 9 de julio, todos en fila, bien formados, fuimos a la catedral, que estaba frente a la plaza, para asistir al tedeum. Nos habían indicado que, estando en el interior de la catedral, cuando tocara la campanilla, teníamos que arrodillarnos. Yo me acordé del segundo mandamiento de la Ley de Dios: “No te harás imagen […] no te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios” (Éxo. 20:4, 5). Miré a mi alrededor y vi varias imágenes y estatuas allí, pero cuando tocó la campanilla, me puse detrás de una columna y me quedé parado.
Me acuerdo, también, cómo disfrutaba de las clases de manualidades. La profesora nos hacía fabricar cuerpos geométricos regulares de cartulina. Me entusiasmé con la idea de hacer un dodecaedro, un cuerpo geométrico regular con doce caras pentagonales. Lo hice con cartulina negra y le pegué tiritas blancas en todas sus aristas. ¡Quedó precioso!
Un día, la profesora de manualidades faltó. Todos los chicos salimos del aula y los varones nos fuimos a la plaza, frente a la escuela. De repente, uno de los chicos sacó de su bolsillo un paquete de cigarrillos entero. Lo abrió y comenzó a repartirlos, uno a cada uno. Se acercó y me ofreció un cigarrillo. Suavemente, con un gesto de la mano, le hice señales de que no quería. Otro chico entonces le ayudó a repartir y cuando llegó donde yo estaba me ofreció un cigarrillo. Le dije: