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–No quiero.

Los cigarrillos de la caja se terminaron y un chico que acababa de prender el último cigarrillo se acercó y antes de llevárselo a la boca, me lo acercó a la cara y me dijo:

–No seas pavote. ¡Prueba una pitadita!

Entonces reaccioné y le grité en la cara:

–¡No quiero!

Y me dejaron de molestar.

Aprendí desde entonces que la presión social es la primera causa para el inicio de los hábitos tóxicos. Yo tenía a mi favor el ejemplo de mi padre y el recuerdo del llanto de mi madre por la muerte de mi abuelo fumador. Y Dios me ayudó a decir: “¡No quiero!”

Hace poco me invitaron a dar un Plan de cinco días para dejar de fumar ¡en Reconquista! ¡Qué alegría fue para mí volver a esa querida ciudad de mi infancia! Busqué a mis compañeros de la Escuela Normal, pero ya no quedaba ninguno. Habían comenzado a fumar a los catorce años, y el tabaco había tenido tiempo de sobra para matarlos a todos. ¡Qué tristeza!

Mi día estaba completo: por la mañana, a la escuela. Por la tarde ¡a la clase de violín! Afortunadamente, ambas actividades me gustaban. Alcancé a tocar en una orquesta que dirigía el profesor Gamba.

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