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–Tú ¿sabes que yo te quiero?

–Sí –fue su brevísima respuesta.

Tomé coraje y me animé a preguntarle:

–Y ¿puedo tener esperanza?

Jenny me contestó:

–Y… Puede ser…

En los meses siguientes me dediqué a estudiar, a sacar buenas notas y a tocar el violín. Una tardecita, paseaba con mi hermana Violeta por el llamado “camino de los hermanos”. No iba con el mameluco marrón, sino bien vestido. Después supe que Jenny estaba dentro del hogar de niñas, espiando por la puerta de alambre tejido. Al verme pensó: “¡No está tan mal…!”

Realmente creo que Dios guió mis sentimientos y también los de ella. El caso fue que, en agosto, el día que cumplí 17 años (Jenny ya tenía 14) ¡recibí una cartita! ¡Jenny me decía que sí!

CAPÍTULO 5

Todavía ocurren milagros

“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8).

Alguien me dio la fórmula de la pólvora: clorato de potasio, azufre y carbón. Era divertido llenar con ese explosivo un tintero, hacerle un agujerito en la tapa, pasar por allí un “choricito” de papel higiénico, prenderle un fósforo y tirarlo para que explotara. Pocos sabían que la “fábrica” de pólvora era el escritorio de mi pieza, que compartía con Isidoro Gerometta.

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