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Nos pareció bien hacerlo en el tercer recreo, y elegimos un buen lugar, para no dañar a nadie: un yuyal que había detrás del Pabellón Teológico, bien cerca del antiguo Hogar de Varones.

Ya habíamos calculado los centímetros de la espiral para que el estallido fuera diez minutos después del encendido. Yo me encargué de encender la espiral y de depositar la bomba en su sitio.

Nos fuimos al Hogar y esperamos los diez minutos, pero la bomba no estalló. Decidí ir de inmediato a ver qué pasaba. Y me acerqué por dentro del yuyal para ver la bomba. ¿Se habría apagado la espiral? No, comprobé que la espiral todavía estaba humeando, así que volví corriendo al Hogar de Varones, por la puerta de atrás, para no ser visto. Ni bien entré… ¡Bum!

Sentí que ¡todo el edificio tembló! Hasta yo me asusté. Fue una explosión tremenda. Así que salí para ver el lugar de la explosión, y allí me estaba esperando el preceptor, mi querido profesor de matemáticas, David Rhys. Cuando me vio llegar, me dijo:

−Otra vez que quieras hacer una bomba, la haces reventar en el arroyo pero no aquí, ¿entiendes?

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