Читать книгу Los que susurran bajo la tierra онлайн

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Cuando Raimundo le contó a Giuseppe su experiencia con las voces en la cena, el padre intentó mostrarse lo más sereno posible para no alterar a María Gracia. Le importaba mucho más parecer confiable ante la heredera de Leonidas Leyton que comprensivo con los niños. Pero lo cierto era que él también escuchaba la voz del monstruo, a veces tenue en la capilla y a veces enérgica y lastimera dentro del cuartelillo húmedo. Las voces lo aterraban, pero todavía más su procedencia, tanto así que en una ocasión en que ayudaba a la Carmencita a suministrarle alimentos a don Leonidas, dejó escapar un grito histérico. Cuando María Gracia se enteró, le dijo secamente después de una confesión que esperaba contar con su coraje y serenidad en el futuro, por el bien de la familia... y por el suyo propio.

3

No fue el ruido lo que despertó a Raimundo esa noche, sino el hedor que contaminaba la habitación. Cuando abrió los ojos miró directamente al ventanal. La luna dominaba el cielo nocturno y la claridad fosforescente envolvía el enorme jardín delantero. Un uniformado dormitaba erguido en la puerta principal y otro caminaba por un costado del parque explorando las sombras. Raimundo se sintió asqueado por un extraño olor que no lograba distinguir. El reloj en forma de búho de su velador marcaba las tres de la madrugada. Miró la cama vecina donde Celeste dormía soltando leves ronquidos. Entonces miró hacia la puerta de la habitación y vio ahí parado al monstruo, inmóvil como una estatua a medio hacer. La claridad de la noche era suficiente para que el niño se fijara en su horrible desnudez, en las carnes laceradas, en la cadavérica delgadez. Su rostro era escuálido y de su cabeza emergían unos cuantos mechones negros. Solo el ojo izquierdo lo miraba, un ojo que relucía entre la tela de oscuridad; el otro no existía, más bien había sido reemplazado por un hoyo negro, insondable.

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