Читать книгу Los que susurran bajo la tierra онлайн

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En su corta vida, Raimundo nunca había experimentado realmente el miedo, lo más cercano había sido la angustia que sintió cuando Celeste cayó a la piscina de la casa de Las Condes. Sus papás estaban de viaje en Buenos Aires, la Carmencita había salido al supermercado y solo él estaba ahí, atónito viendo como su hermana luchaba por no hundirse. Él sabía nadar a lo perrito, el verano anterior había recorrido varios metros en el lago Caburga con su flotador de Mickey y en su casa solía atravesar el ancho de la piscina bajo la mirada de algún adulto. Se lanzó frenéticamente, nadó hasta su hermana y ella se aferró a su cuello como una serpiente. Cuando salieron los niños se abrazaron y lloraron por mucho rato.

Sin embargo, lo que vivía ahora Raimundo era completamente distinto. No podía moverse, respiraba con dificultad, sentía que se zambullía en un mar de desesperación. Su voz se atascaba en la garganta, la palabra «mamá» se deshacía en un balbuceo. El niño había tenido pocas pesadillas, pero la humedad caliente de su orina le hizo comprobar que no estaba en una de ellas. Por primera vez se sintió vulnerable. ¿El monstruo se lo llevaría? ¿Moriría? Pensó en resignarse, pero justo en ese instante Celeste comenzó a moverse en la cama. El horror se extendió todavía más. Si su hermana despertaba de seguro gritaría y despertaría a todos, pero quizás también la paralizaría el miedo, y entonces el monstruo se los llevaría a los dos. La imagen de Celeste batallando por no desaparecer para siempre en el agua se interpuso en medio del ser que ahora alternaba su ojo entre ambas camas. En un arranque de coraje, Raimundo tomó el reloj en forma de búho y lo lanzó al ventanal. El cristal estalló y una ráfaga nocturna entró en la pieza. Celeste se despertó y, como era de esperar, gritó incluso antes de abrir los ojos. Sin embargo, el monstruo seguía ahí parado, observando con obstinación. ¿No le importaba que otros pudieran verlo? Desde fuera se oyeron voces de alerta y unos pasos apresurados se acercaban desde el pasillo. Raimundo entonces sintió que la voz se había liberado en su garganta.

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