Читать книгу Esther, una mujer chilena онлайн

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¿Por qué esculpiste un símbolo celta en la caja de la profe de historia?, le pregunté un día. Porque esos diseños son enigmáticos, se acomodan a cualquier personalidad. ¿O querías que le tallara la hoz y el martillo?.

Pese al cariño que muchas sentíamos por ella, no la invitamos a la fiesta de fin de año para evitar fricciones con las compañeras que no comulgaban con su «bolchevismo» y su «ateísmo», no estamos en Rusia ni tampoco en Francia; estamos en Chile, donde se respetan la familia y los valores cristianos. Hicimos un tímido intento de defender la libertad de expresión y los tiempos modernos, pero calculamos que nos podía salir el tiro por la culata y acabar festejando con los profesores más conservadores y misóginos, como el de Castellano, que contestaba no la conozco cada vez que una alumna le preguntaba por una escritora mujer, María Luisa Bombal, Marta Brunet; o bien, «su poesía es irrelevante» cuando le pedíamos su opinión sobre Gabriela Mistral.

La fiesta se hizo donde Mireya, que vivía en una casa espaciosa en la avenida República. Era verano y pudimos reunirnos en el jardín, donde instalaron mesones con ramos de flores entre las jarras de chicha fresca, borgoña, ponche y jugo de chirimoya. Había bandejas con todo tipo de manjares, dulces y salados. Decidimos no invitar a los novios, pretendientes, amigos, primos, hermanos o cualquier acompañante masculino, para evitar fricciones, dijo con una sonrisa pícara Alicia y también para estar más libres, completó otra alumna que tenía tres hermanos mayores que habían asumido la responsabilidad de su vida previa al matrimonio.

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