Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Así pasé el invierno. Las hermosas costumbres y la belleza de los granjeros consiguieron que me encariñara mucho con ellos. Cuando ellos estaban tristes, yo me deprimía; y disfrutaba con sus alegrías. Apenas vi a otros seres humanos con ellos; y si ocurría que alguno entraba en la casa, sus rudos modales y sus ademanes agresivos solo me convencían de la superioridad de mis amigos. El anciano, así pude percibirlo, a menudo intentaba animar a sus hijos, porque descubrí que de ese modo los llamaba a veces, para que abandonaran su melancolía. Y entonces hablaba en un tono cariñoso, con una expresión de bondad que transmitía alegría, incluso a mí. Agatha escuchaba con respeto; sus ojos a veces se llenaban de lágrimas que intentaba enjugar sin que nadie lo notara; pero yo generalmente comprobaba que sus gestos y su hablar era más alegre después de haber escuchado las exhortaciones de su padre. Eso no ocurría con Felix. Este siempre era el más triste del grupo; e incluso para mis torpes sentidos, parecía que sufría más profundamente que sus seres queridos. Pero si su expresión parecía más apenada, su voz era más animada que la de su hermana, especialmente cuando se dirigía al anciano.

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