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Podría mencionar innumerables ejemplos que, aunque sean pequeños detalles, reflejan los caracteres de aquellos encantadores granjeros. En medio de la pobreza y la necesidad, Felix amablemente le llevó a su hermana las primeras flores blancas que brotaron entre la nieve. Por la mañana temprano, antes de que ella se levantara, él limpiaba la nieve que cubría el camino de la vaquería, sacaba agua del pozo, e iba a buscar la leña al cobertizo donde, para su constante asombro, siempre se encontraba con que una mano invisible había repuesto la madera que iban gastando. Por el día, yo creo que a veces trabajaba para un granjero vecino, porque a menudo se iba y no regresaba hasta la hora de la cena, y sin embargo no traía leña. En otras ocasiones trabajaba en el huerto; pero como había tan poco que hacer en la temporada de los hielos, a menudo se ocupaba de leerles al anciano y a Agatha. Al principio aquellas lecturas me dejaron absolutamente perplejo; pero, poco a poco, descubrí que cuando leía profería los mismos sonidos que cuando hablaba; así que pensé que él veía en el papel ciertos signos que entendía y que podía decir, y yo deseé fervientemente comprender aquello también. ¿Pero cómo iba a hacerlo si ni siquiera comprendía los sonidos para los cuales se habían escogido aquellos signos? De todos modos, mejoré bastante en esta disciplina, pero no lo suficiente como para mantener ningún tipo de conversación, aunque ponía toda el alma en el intento: porque yo comprendía con toda claridad que, aunque deseara vivamente mostrarme a los granjeros, no debería ni siquiera intentarlo hasta que no dominara su lenguaje; aquel conocimiento permitiría que no se fijaran mucho en la deformidad de mi aspecto; y de esto me había dado cuenta también por el permanente contraste que se ofrecía a mis ojos.

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