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Del vagón salieron dos niñas y se colgaron del cuello de Varia. Después de ellas bajaron una robusta matrona, de edad avanzada, y un caballero, alto y esbelto, de patillas canosas. A continuación, dos muchachos en edad escolar cargando el equipaje; poco después, la institutriz, y, por último, la abuela.

—¡Aquí estamos! ¡Aquí estamos, estimado amigo! —empezó a decir el señor de las patillas, estrechando la mano de Sascha—. Seguramente nos esperaban desde hace mucho tiempo. ¡Me parece verlo, estabas enfurruñado porque tu tío no llegaba! ¡Kolia!... ¡Kostia!... ¡Niña!... ¡Fifa!...

¡Hijos!... ¡Abracen a su primo Sascha!... Todos hemos venido a verlos y a pasar tres o cuatro días con ustedes. ¿Verdad que no es molestia?... ¡Anda, con nosotros no debes mostrarte tan ceremonioso!

El matrimonio estaba verdaderamente aterrado por la inesperada llegada del tío y de toda su familia. Mientras su pariente hablaba y repartía besos, la imaginación de Sascha se desbocaba con el siguiente cuadro: se veía a sí mismo y a su mujer ofreciendo a los invitados sus tres habitaciones, sus muebles y sus mantas.

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