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Sin embargo, aquí abajo habitamos en un medio diferente: la frescura y la claridad de la sombra. Es evidente que hay una influencia compartida entre los muchos seres de este reino delimitado. El modo por el cual los colores, sonidos y sabores se presentan ante ti, el modo en que estas cualidades sólidas deliberan y conversan con tu cuerpo –informando a tus extremidades, por ejemplo, sobre las ramas hundidas que sueñan en el fondo del lago–, todo eso es un don otorgado por la sombra protectora de la montaña. Es esa presencia descomunal, la montaña de muchos pliegues que se eleva en laderas boscosas y crestas de acantilados desde la orilla más alejada del lago, arañada por los glaciares y erosionada por los vientos, cargada de hielo en sus concavidades más altas y cubierta de historias en cada deslizamiento rocoso y en cada precipicio… es la montaña la que otorga su poder gregario a los múltiples elementos de este lugar. Sin importar que notes o no su influencia activa, es la montaña la que define el humor de este momento en el que estás.

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