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Sin embargo, las sombras de la tarde son muy diferentes de las de la mañana; el estado de ánimo, el modo de conciencia, las cualidades que imparten son de una riqueza diferente. Ahora, por ejemplo, la brisa empieza a decaer y una bruma efímera se junta sobre la superficie del lago: volutas de vapor sobrevuelan y flotan como espíritus. El silencio es más grande, más profundo; cada tanto se oye el sonido de una salpicadura pero ya no el frufrú de las alas de las libélulas o los chillidos de las ardillas. Los troncos y los peñascos se oscurecen, las agujas pierden su nitidez. La sombra de la montaña, esa zona de vida vibrante, está dando lugar a un poder más vasto, más oscuro, más profundo. La miríada de flujos entre insectos y hierba, entre suelo y piedra, entre halcón y agua y peñascos parece disiparse; las reciprocidades y negociaciones entre vecinos disminuyen gradualmente. Claro, todavía hay encuentros e intercambios, pero ya no forman una red de tejido apretado. Los encuentros parecen más esporádicos, más azarosos, los habitantes de este lugar junto a la montaña ya no están tan involucrados entre sí. La sombra de la montaña se abre hacia afuera y pierde sus límites. Cuando el sol, oculto hace tiempo, retira su luz residual y dispersa del cielo, la montaña se ve tomada por la noche que se aproxima y su sombra, tragada por la sombra más oscura de la tierra.

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