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Y es que no se puede entrar en una relación sentida con otra entidad si se asume que esa otra entidad es completamente inanimada. Es difícil, si no imposible, empatizar con un objeto inerte. No se puede sentir o intuir la intención de otra criatura si negamos que esa criatura tenga intenciones, no se puede anticipar el ánimo cambiante de un cielo invernal si uno niega que el cielo tenga estados de ánimo, si privamos a las cosas de su propia espontaneidad inherente, de su apertura.

Cuando damos una conciencia plena a la simple actividad de la percepción, tal vez notemos que lo que nos hace prestar atención a las cosas –lo que les permite a nuestros sentidos involucrarse y participar de ellas– es ni más ni menos que el carácter abierto e incierto de esas cosas. Una entidad que atrae mi mirada nunca se me revela en su totalidad; siempre que me presenta alguna faceta de sí misma, esconde al mismo tiempo otros aspectos a mi capacidad de aprehensión directa. Nunca he visto un pino ponderosa en su totalidad: solo veo uno de los lados de su ancho tronco de corteza fisurada mientras que el otro permanece oculto. Cuando camino a su alrededor para ver el otro lado, el primero queda escondido. Ahora tengo una idea más clara del tronco, aunque la estructura interior permanece oculta. Los surcos corrugados en su corteza parecen retraerse hacia ese interior; me atraen para que me acerque a tocar sus capas y mirar detenidamente sus grietas profundas. Mmmm… de ese surco en particular emana un leve aroma a vainilla. Mi nariz persigue el perfume y una telaraña se me engancha en la cara y se deshace cuando la aparto; ahora la araña corre hacia arriba por el tronco justo delante de mí, escalando hacia las alturas. Inclino la cabeza, siguiendo a la araña con los ojos. Solo alcanzo a ver algunos destellos esporádicos de las ramas superiores; la mayoría están ocultas tras las matas de espinas, al igual que las raíces de este pino, que están tapadas por el suelo. Si me poseyera la necesidad incontrolable de conocer a este ser en su totalidad y trajera una pala y me pusiera a desenterrar esas raíces, estaría poniendo en peligro la vitalidad y la belleza del pino, interrumpiría el misterio que hace que vuelva día tras día a este inmenso árbol.

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