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Aunque algún aspecto de cualquier presencia percibida esté expuesto ante mis ojos, o mis fosas nasales, o al tacto de mis dedos, siempre hay alguna otra dimensión que permanece oculta. Esa tensión entre las dimensiones visibles y ocultas de cada ser es una atracción constante para mi cuerpo perceptor y provoca la curiosidad exploratoria de mis sentidos. La percepción no es más que esa relación abierta: la atracción activa de mi cuerpo por un retoño, o un tramo de río, o la pared derrumbada de un antiguo molino fluvial, y la consiguiente respuesta de mis extremidades y mis sentidos alertas, a los que el otro ser responde a su vez develando algún otro aspecto de sí mismo a mis ojos o mis oídos atentos. Cuando dirijo mi atención hacia otra parte, no me alejo de un objeto inerte sino de un ser único e inacabado, una presencia expresiva, enigmática, con la que he estado coqueteando, aunque sea brevemente.

No importa cuánto tiempo permanezca con cada ser, no puedo agotar el enigma dinámico de su presencia. Es esa reticencia, la alteridad inagotable de las cosas, lo que les permite sostener mi mirada, sostenerse en mi conciencia. No puedo sondear todos los secretos de una brizna de hierba: no puedo comprender cada aspecto de su composición interna ni la totalidad de las relaciones que mantiene con el suelo y el aire. No puedo experimentarla desde todos los ángulos a la vez. ¿Y por qué no? Porque no soy un espíritu puro que pueda penetrar de forma instantánea cada rincón y recoveco de la cosa, porque no soy una mente incorpórea para la cual el mundo no presenta obstáculos ni secretos, porque yo mismo soy un cuerpo, un ser material de peso y densidad como este árbol o esa piedra, y por lo tanto tengo mis propias facetas visibles y mis oscuridades (mi piel suave, por ejemplo, y mis huesos cálcicos escondidos debajo de una matriz de músculos), por eso puedo explorar el mundo solo desde el lugar en el que estoy parado y encontrarme con las cosas solo desde mi posición de una cosa más entre las cosas. En fin, porque yo mismo soy una cosa y por ende tengo solo un acceso finito a las cosas que me rodean.

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