Читать книгу Devenir animal. Una cosmología terrestre онлайн
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La antigua bifurcación entre espíritu y materia nos lleva a dar por sentada la existencia, a asumir que una simple presencia material –como una piedra o una montaña– es del todo pasiva e inerte. Decimos que la roca «está» aquí, que las montañas «están» más allá; usamos este verbo, «estar», innumerables veces por día, y sin embargo olvidamos que es un verbo y que nombra un acto: que el solo hecho de existir es una cosa muy activa. Al suprimir esa actividad, al dar por sentados el «ser» y el «estar» como estados puramente pasivos, aplanamos la salvaje contingencia de la existencia, la incertidumbre y el riesgo del momento presente. Encerramos en el armario la vaga perplejidad de encontrarnos aquí, en este lugar, en este preciso momento del desarrollo del mundo.
«¿Por qué existe algo en lugar de la nada?» es la pregunta que los filósofos han usado para perturbar nuestro exceso de confianza en torno a la extrañeza de la existencia, para sacudirnos el olvido, volver a despertar nuestro sentido del asombro. Sin embargo, es suficiente con notar el dinamismo inherente del momento presente –notar que la mera «existencia» ya es un auge y no un flotar pasivo y vacío– para recuperar el mundo sensorial del olvido al que muchas veces lo condenan nuestros conceptos. Una roca solitaria o un tocón cortado son inanimados solo en tanto se considere que el «ser» es estático e inerte. Nuestros sentidos animales, sin embargo, no conocen esa realidad pasiva: ya hemos visto cómo perciben las cosas solo al interactuar con ellas, al entrar en relación con sus ritmos de revelación y ocultamiento, su seducción y su reticencia. Para mi cuerpo animal, la roca es antes que nada otro cuerpo en relación con el mundo: cuando dirijo mi vista hacia ella, me encuentro no con un pedazo inanimado de materia sino con una superficie boca arriba que disfruta del calor del sol, o una estructura rosada y puntiaguda que sobresale del suelo como el hueso quebrado de la colina, o un viejo y atento guardián de la tierra, una presencia firme y protectora que me invita a ponerme en cuclillas y a apoyar contra ella la espalda.