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Los hombres no se miraban al hablar, como si el hecho de hacerlo rompiese el respeto tácito que habían impuesto.
De Marcos esperó a que cesara el molesto sonido de la cafetera calentando la leche.
—Actualmente no basta con que se haga justicia, sino que es necesario que se vea que se hace justicia.
Asintió el fiscal, fija la mirada en su vaso.
—Cuando era pequeño, mi padre intentó sin éxito adentrarme en el mundo de la navegación. Incluso un par de domingos zarpamos por el litoral mediterráneo. Y recuerdo que me decía: «El palo que va delante es el que aguanta la vela». Yo no lo entendía del todo bien. Es más, diría que no tiene nada que ver con la navegación. Pero ahora creo que, en el sistema actual, la justicia es ese palo. Que, si cae, zozobra el barco.
Se encogió el juez de hombros. En silencio.
Carbonell apuró su vaso mientras se levantaba y dejó un billete de cinco euros encima de la barra.
—A esta invito yo.
Diez minutos más tarde, Pascual Vila llegaba a las oficinas judiciales con la voluntad de poner orden en el papeleo burocrático que tanto incordiaba a su jefe. Era parte del trabajo sucio, responsabilidad del ayudante del fiscal y lo aceptaba con agrado.