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Desde entonces, no era la primera ni la segunda vez que Robles se dejaba caer por las dependencias judiciales para conseguir que el ayudante del fiscal le adelantase acontecimientos, en algún caso con tintes mediáticos, y proporcionarle de esa forma la primicia a su periódico. «El éxito de un buen periodista —se decía Robles— recae en los contactos que tiene y hasta dónde está dispuesto que le llegue la mierda».
—¿No tenéish suficiente material con el adobo que os da el juicio del procés? —tanteó Vila.
—No llevamos años siendo el periódico líder por conformarnos, Pascual. Lo difícil no es llegar al éxito, sino mantenerte en él. Y quiero acomodarme ahí.
El ayudante del fiscal se recostó en la silla. Miró hacia la pared acristalada por donde pasaba Merche con una caja de cartón llena de documentos, en cuyo lateral había escrito con rotulador negro la palabra «pruebas».
—Ya lo has visto tú mismo en la sala de vistash. Los hermanosh estaban compinchados. El jurado dirá.
Se rascó el mentón afeitado el periodista, buscando la inspiración para conseguir algo más. Vestía una camisa de cuadros marrones cuyo cuello abotonado sobresalía del pulóver color caqui. Se lo remangó tres dedos para airearse las muñecas, descubriendo un reloj con correa de cuero.