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El edificio estaba situado en el centro de una plaza semicircular custodiada por palmeras que, mecidas por el viento, soltaban sus dátiles sobre el suelo, dejándolo ligeramente pegajoso. La fachada era exageradamente moderna, constituida por un impetuoso frontal acristalado que hacía efecto espejo y sobre el cual se reflejaba la estación de autobuses situada enfrente. En los últimos años, el Ayuntamiento de Barcelona se había afanado en reformar los edificios de la ciudad que albergasen dependencias judiciales, creando de esta forma la nueva Ciutat de la Justicia. Aquello había arañado un buen pellizco de los presupuestos del Parlament, pero muchos se preguntaban si quizás, antes que los inmuebles, no hubiera sido prioritario reformar el sistema.

Las puertas automáticas se abrieron al detectar la presencia de Vila. Guiñó el ojo al guardia de seguridad de la entrada y deslizó su tarjeta identificativa por el lector.

—Buenos días, Merche. ¿Algo para mí? —preguntó a la secretaria.

—Hoy tienes visita.

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