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—Cariño, ¿estás lista? Llegaremos tarde.

La voz de su madre sonó con un tono de ternura que únicamente puede ser modulado por las madres. Como si el embarazo les atribuyera de repente unas aptitudes incapaces de ser adquiridas por cualquier otra persona, y exclusivas en la relación madre-hija. Una musicalidad en las palabras que te aprehenden en un regazo maternal imaginario.

Melissa entrelazaba los cordones de sus nuevas Air Jordan modelo Retro que estrenaría en el entrenamiento de aquella tarde. Terminó de hacer el nudo y juntó las zapatillas en un aplauso de pies insonoro. Se las quedó mirando con ilusión y media sonrisa en sus labios. Los nuevos modelos dejaban al descubierto el tobillo para otorgar mayor movilidad a los pies del jugador en la cancha, a diferencia de los modelos anteriores, con una caña alta que presunta —y discutiblemente— minimizaba el riesgo de lesiones. Iba a ser la envidia del equipo.

Al final de las escaleras la esperaba su madre sosteniendo un paraguas de plástico transparente en su mano izquierda y colgado el bolso en el antebrazo derecho. La melena, del mismo color castaño ahumado que el suyo, le caía desdeñosa sobre los hombros erguidos. Obsequió a su hija con una amplia sonrisa blanca al verla bajar y le tendió el paraguas.

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